martes, 15 de septiembre de 2015

Capítulo primero: Hastío.

Empezó casi sin dolor, como sin querer, como casi todas las cosas que empiezan. Son tan lentas las pérdidas y renuncias, tan carentes de dolor las pequeñas derrotas que, de repente, un día me di cuenta de que te la luz que cada mañana entraba por los resquicios de mi persiana no era de color del cielo, sino transparente como la lluvia que lentamente va calando la ropa tendida.

Llegó un día en el que me di cuenta de que estaba actuando por inercia, movido como un engranaje más de la maquinaria que había montado alrededor de mi propia existencia. Descubrí que estaba caminando a través de una vida trufada de pequeñas rendiciones, convertida en una suave sucesión de días brumosos, días que no duelen, que son sombras de días pasados en las que todo importaba, en los que la vida brotaba como brota la sangre de una herida abierta.

Me di cuenta de que estaba viviendo unos días que, transcurridos unos años, no dejarían recuerdo alguno porque todos eran iguales.

Movido por una pequeña chispa que arrancara  mi espíritu, tragué saliva y me pregunté cómo había llegado hasta aquí. No era capaz de explicarme qué suerte de paciencia perversa era ésta que me mantenía maniatado, como esperando a que viniera alguien a rescatarme de una negra gruta en la que yo mismo parecía haber decidido confinarme

¿Cómo escapar de una prisión a la que se accede por una rampa de agua helada? ¿Qué puedo esperar, si me da la sensación de que el mundo entero es una gigantesca estatua de sal?

-Señor, son setenta y tres con ochenta y uno ¿necesita una bolsa?

-¿Cómo dice? Ah... no se preocupe: me he traído una.

4 comentarios: